Me llamo Sara, tengo 30 años, estoy casada con el hombre de mi vida y soy mamá. Mi bebé se llama Héctor, tiene casi 4 meses, es rubio con los ojos azules, no sé muy bien de dónde los ha sacado, pero son preciosos, es dormilón, alegre, tierno, guapo a rabiar, no porque sea mi niño, es un precepción totalmente objetiva.

Héctor tiene Síndrome de Down.

Sólo quiero contaros nuestra historia.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Cicatrices

¿Conocéis el dicho "algunos nacen con estrella y otros estrellados"? Yo odio esa expresión, me parece que contribuye a la autocompasión y que hace una separación que me parece injusta, los que tienen suerte y los que no. Y en esta vida todos nacemos estrellados, lo que pasa es que a algunos se les nota más.

Pero la vida en ocasiones se pasa. Parece coger a ciertos seres humanos, no sé porqué motivo, no sé si en el fondo se debe a que son personas mejores que las demás y la vida no permite que se den cuenta de las cualidades que tienen a base de darles mamporros con bates de baseball.

Conozco a varias personas que en determinados momentos de su vida han sido vapuleados, lanzados contra la pared, mordidos por los perros. Algunas se han repuesto y otras no, pero esos momentos horribles que les han dejado tiritando se han acabado y aunque suene a topicazo el tiempo ha ido curando sus heridas, poniendo todo en su sitio. Y eso me demuestra que el ser humano es maravilloso, que está diseñado para seguir luchando. Nacemos luchando por respirar y esa lucha continúa toda nuestra vida, pero lo conseguimos.

Conozco a una persona a la que he decidido curar yo misma sus heridas porque me parece que la vida no se da cuenta de que ya está bien. Alguien que cuando pienso que ya conozco todas sus cicatrices y las voy viendo desaparecer, algunas gracias a su fuerza de voluntad, otras a base de caricias... Cuando creo que ha llegado su descanso, de repente se abre otra brecha y sangra con más fuerza que la anterior, con la rabia contenida de años apretando la carne y los dientes. Después de un tiempo conseguimos que deje de sangrar, no que deje de doler, eso es algo que dudo que pueda suceder. Yo me paro a respirar y me pregunto cómo puede ser. No puede ser. No se puede consentir. Y me rebelo como una loba porque me liaría a mordiscos con el mundo para proteger a mis cachorros, a mi clan. Y me doy cuenta de que quizá el papel más grande que voy a representar en la tragicomedia de mi vida sea el de enfermera, cuidadora de sus heridas, porque nunca se las han curado y las pobres están hechas una pena. No se trata de ir de Teresa de Calcuta por la vida ni de parecer la más buena, porque no lo soy, ni lo pretendo, pero nunca he creído en las casualidades, y sé en lo más hondo de mi ser que curar sus heridas resultará en la sanación de las mías.

Cuidaros mucho, sacad a pasear vuestras heridas, no dejéis que se gangrenen, pedid a alguien que las limpie y las vende, para eso estamos aquí, para curarnos unos a otros de la dura guerra que es la vida. Haceros el favor de mirar fijamente a alguien, ver más allá de sus ojos hasta que podáis ver sus puntos débiles, sus heridas y entonces no os aprovecheis de ellas para vencer a esa persona, porque aunque lo consigais no encontrareis en ello satisfacción. Mi consejo es que las acariciéis, intentéis saber porqué están ahí y en la medida que podáis las curéis.

Con este momento zen petardo sanador me despido. Soy una repelente, lo sé. Turuuuuuuu.

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