2015 ha empezado regulero, no vamos a negarlo. La mayoría de las noticias que me han llegado han sido malas, no todas, claro, algunas han abierto ventanas pequeñitas a la esperanza, pero he de reconocer que la gran mayoría han sido noticias un poco... oscuras por llamarlas de algún modo.
El mes de enero me lo pasé entre llantos y ataques de ira, muy enfadada con el mundo en general y con algunas personas en particular, no hay nada mejor en esta vida que poder volcar tu frustración con alguien, aunque sea en tu imaginación.
Pero el caso es que en febrero algo ha cambiado, por fin se produjo el click que llevaba esperando algunas semanas. Creo que precisamente lo conseguí gracias a esas personas con las que volcaba mi frustración imaginariamente. Y es que , para mi desgracia, en los últimos tiempos de mi vida he tenido que estar en contacto con personas melindrosas, de esas que se enfadan si las miras y se ofenden si no lo haces, esas que se sientan en su casa esperando recibir la adoración de los demás pero que no son capaces de levantar el teléfono o mover los dedos para preguntar por un niño enfermo, gravemente enfermo. Personas que son capaces de hacer desprecios a un bebé, mirarle mal, o incluso no mirarle, aunque esté sentado junto enfrente. Y en el fondo me he dado cuenta de que debería darles las gracias. Sí. Porque ver esos comportamientos totalmente injustificables para mí me ha ayudado a darme cuenta de tantas cosas... Primero, de que yo nunca, nunca, nunca jamás, bajo ningún concepto volcaré mis malos rollos, sean estos imaginarios o reales, con los hijos de nadie, nunca, jamás, utilizare a un niño para hacerle daño a sus padres, porque me parece uno de los comportamientos más miserables que existen. Pensando y repensando en esta idea me he dado cuenta de que lo mejor en esta vida es no pensar demasiado en nosotros mismos. No se trata de una renuncia completa del yo o de anteponer siiiieeeeemmmpreeeee a los demás, vamos a ser realistas. A lo que me refiero es a que hay mundo más allá de nuestro ombligo. Y lo digo, porque muchas de las malas noticias que me han llegado este año han sido por parte de personas a las que, si vieras por la calle, jamás te imaginarías los dramones que esconden sus sonrisas. Personas amables, cariñosas, educadas, que cuando destapan su maravilloso mundo interior te enseñan que es posible pasar por experiencias traumáticas en esta vida y no convertirte en un amargado amargante. Que no es una excusa. Y yo, señores, quiero ser de esos.
Reconozco que también me ha ayudado inmensamente tener que pasar mucho tiempo en el edificio de medicina infantil del 12 de Octubre. Como dice mi amor verdadero, allí, en esos pasillos, se ven verdaderos panoramas. Niños enfermos, muy enfermos, niños con malformaciones, con dolores, padres asustados, agotados, médicos que se queman las pestañas intentando encontrar curas, paliar efectos secundarios... Y, de repente, en esos pasillos, se improvisa un campo de fútbol, los asientos naranjas se convierten en castillos de hielo de Frozen, los niños se acercan sin miedo a hablar contigo y pedirte que les dejes un juguete porque saben que todos estamos en el mismo barco. Los padres nos miramos con una mirada que yo antes no tenía, no entendía, una mirada de comprensión y cariño, no hay amarguras, porque somos todos lobos y lobas luchando por nuestros hijos, por su salud y su dignidad, lo cual nos dignifica a nosotros también.
Yo, a todos esos que están en el círculo vicioso del egoísmo me encantaría llevarmelos una mañana, sólo una mañana, ni siquiera una mañana, 20 minutos y les sentaría en uno de esos asientos naranjas, no les diría nada, sólo les pediría que observaran ese mundo que les rodea, y después, que se fueran a sus casas, que pensaran en lo que han visto y fueran agradecidos con la vida y se dejasen de chorradas.
Para mí este año va a ser el año de dar gracias a la vida, que me ha dado tanto. Soy feliz con mi familia, de la cual vivo enamorada, con mis buenos amigos, con mi paz interior. Sé en qué debo mejorar, qué hago bien y quién quiero ser. Deseo gritar al mundo que la vida te puede dar un patadón y se puede seguir siendo feliz, y no sólo eso, se puede seguir intentando hacer felices a los demás. No hay excusas, no hay motivos para no ser buenas personas, podemos hacer que toda la pena que nos rodea sea un poco menos dura, que la niebla que a veces nos rodea a TODOS, porque TODOS sufrimos, se vaya levantando poco a poco.
Empecemos por sonreír, pensemos más en los demás que en nosotros, riámonos de nuestra sombra y vamos a hacer que este año raro no pueda con nosotros ni con nadie que nos rodee.
Y como dice una canción de Sidonie que me encantisima: "Baileeeeeemos canciones de viernes que ni conocemos pero baileeeeeeeemos, por un momeeeeeeento, somos tan beeeeeellos y después tan mediocres otra vez." Pues eso.
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