Me llamo Sara, tengo 30 años, estoy casada con el hombre de mi vida y soy mamá. Mi bebé se llama Héctor, tiene casi 4 meses, es rubio con los ojos azules, no sé muy bien de dónde los ha sacado, pero son preciosos, es dormilón, alegre, tierno, guapo a rabiar, no porque sea mi niño, es un precepción totalmente objetiva.

Héctor tiene Síndrome de Down.

Sólo quiero contaros nuestra historia.

viernes, 22 de agosto de 2014

Todavía recuerdo el día en que, vía Whatsapp, le pregunté a mi entonces novio Javi si quería tener hijos, yo soy así, pregunto esas cosas por el Whatsapp, y me contestó con un rotundo "sí, claro. ¿Tu no?" que no dejaba lugar a dudas. Pues no, hasta ese momento nunca me había planteado en serio la idea de ser madre, alguna vez había acariciado la idea de tener una bolita de amor mía, pero nada serio.

Eso, digo, hasta que conocía a Javi.  Nos conocimos en un viaje con amigos a Budapest, en octubre de 2011, y desde entonces no nos hemos vuelto a separar. Nos casamos en octubre del año siguiente y me moría de ganas de formar una familia a su lado. Teníamos claro que no queríamos ser unos padres mayores así que en agosto de 2013 me quedé embarazada.

No podíamos ser más felices, el embarazo fue de maravilla, un embarazo de libro, con sus nauseas, su sueño profundo, sus ardores y su tripa preciosa.

Y llegó el día de la última revisión, íbamos tranquilos, todavía quedaba casi un mes y teníamos casi todo preparado así que relax. Pero en la eco nos dijeron que me estaba quedando sin líquido y que Héctor estaba incómodo, así que había que provocarlo. Recuerdo que sentí una calma enorme, pensé que de ese fin de semana no pasaba y que por fin vería la carita de mi hijo. ¡MI HIJO!

Me encantó la reacción de Javi que tuvo que sentarse un momento. Nos pusimos en movimiento, ingresamos en maternidad y empezó la fiesta.

Guardo un recuerdo precioso de mi parto. Fue doloroso, no vamos a negarlo chicas, duele un huevo. Pero recuerdo ese dolor y la sensación de que mi cuerpo trabajaba solo, casi sin que yo hiciera nada. Me sentía más fuerte que en toda mi vida. Fueron sólo 5 horitas y en tres empujones tenía fuera a mi niño.

Esa es, con diferencia, la mejor sensación del mundo, ver salir a esa cosa tan chiquitita, tan rosa, tan calentita y blanda... Lo recuerdo como si fuera ahora mismo, y entonces esa carita, esos ojos que te buscan y darte cuenta de que depende totalmente de tí.

En ese momento me llamó la atención porqué entraron tantos médicos, porqué se llevaron a Héctor, porqué esas caras de circunstancias para luego volver a traerlo y marcharse sin más. Entonces miré a mi pequeño, le miré y miré y había algo raro. Esa lengüecilla que no paraba, esos ojitos tan achinados... Recuerdo que me dio vergüenza lo que estaba pensando y en voz muy baja le dije a Javi:

-Pero... pero a este niño le pasa algo... no le ves cara... como... parece... parece que tiene rasgos de Síndrome de Down.

Javi, que después me confesó que él ya se había dado cuenta cuando se lo dieron los médicos, me dijo que sí que le notaba algo raro... Se lo dijimos a la matrona y la matrona nos dijo que ahora mismo venía el médico. Malo, pensé, si no me quita la idea de la cabeza y reacciona llamando corriendo al médico, malo.

Entonces llegaron dos doctores, un chico y una chica, dos doctores cobardes que se quisieron escapar. Se me quedaron mirando sin decir nada y fui yo la que rompió el silencio y tuve que preguntarles directamente si mi hijo tenía Síndrome de Down.

Empezaron a decirme que no nos podían confirmar nada hasta que no hubiera una prueba específica pero que los rasgos eran indicativos de un fenotipo con trisomía 21, lo cual me sonó a chino, qué manera de hablar, qué poca sensibilidad tienen algunos médicos, qué mal lo hicieron estos, de verdad. Una mujer recién parida, un hombre que te mira con los ojos de un padre recién estrenado y tú empiezas a dar explicaciones inconcisas y tonterías semejantes... Nos dijeron que habían preferido no romper el momento contándonoslo, claro, nosotros no lo íbamos a notar. El caso es que no nos dejaron mucho lugar para las dudas, estaba claro, aunque por lo menos nos dijeron que el corazón de Héctor estaba bien. Después desaparecieron y nos quedamos Javi y yo solos, con la matrona, en silencio, intentando actuar normal y deseando echarnos a llorar, asustados y rabiosos.

Javi salió a dar la noticia, pobrecillo, nunca sabré cómo debió de sentirse, qué valiente fue... yo me quedé con Héctor y me eché a llorar.

Mi matrona me dijo que no llorara, que yo iba a ser una madraza y yo sólo podía repetir, "Mi niño, qué pena me da mi niño" y es verdad, no sentí pena por mí, no pensé Dios mio qué va a ser de mi vida, pensé en mi niño, que acababa de nacer y ya estaba sufriendo las consecuencias de este maldito mundo en que vivimos, en mi chiquitito, tan indefenso... Y sentí una pena tan honda que me hizo un agujero en el corazón como si fuera un ácido y me llegó hasta los pies... Pero ya estaba locamente enamorada de Héctor, que era la cosa más tierna que había visto, de verdad, me hubiera gustado que todas las personas del mundo hubieran podido ver a  Héctor recién nacido, entonces no habría nada malo en el mundo, porque él les habría contagiado su ternura infinita. Se metió en mi corazón llenando todo el hueco que había dejado la pena y no ha dejado de crecer hasta hoy.

Después vinieron los reencuentros y presentaciones, las lágrimas, los besos y querer a Héctor con locura, pasar nuestra primera noche juntos y saber que una cosa tan pequeña había cambiado mi vida para siempre, a mejor.

Debo decir que esa noche fue una de las mejores de mi vida, con Héctor bien pegadito a mí, conociéndonos, era un bebé precioso. Precioso.

Al día siguiente los amigos, las visitas, las caras de circunstancias, los llantos contenidos. Dicen que el único disgusto que da un niño con síndrome de Down es el día que llega, y eso por culpa de nuestro desconocimiento, qué sensaciones tan raras sentí esos días, como si estuviera envuelta en capas y capas de algodón con Héctor conmigo y todo el mundo al otro lado, atontada, acolchada... Tanta información de repente, tantas palabras nuevas, no se suponía que iba a ser así.

Recuerdo que estaba preocupada sobre todo por Javi, que el primer día casi no se acercó al niño, lo respeté, y lo entendí, pero cuando por fin nos dejaron solos en la habitación y le vi cogerle en brazos, besarle y mirarle me di la vuekta en la cama y me eché a llorar con las lágrimas más gordas del mundo, de felicidad.


No quería escribir una primera entrada tan larga, pero se me ha ido de las manos.

Otro día más.

1 comentario:

  1. Hace tiempo que te veía por instagram pero no había entrado en el link...
    Me ha encantado vuestra historia, me alegro que a pesar del shock inicial fuera la mejor noche de tu vida con tu pequeño a tu lado :) Me alegro que Héctor haya caído en tan buenas manos!
    Te seguiré leyendo! Héctor me recuerda mucho a Pep, la misma cara redondita y tierna ;)
    Un abrazo!
    Agata

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